Javier Zapata Castro
DISPAREJA ES LA VIDA
Verdad buena que esta vida no es pareja… ―era el discurrir en la cabeza de Emilio Alcántara, ahí, sentado como estaba en el piedrón grande del que, por cierto, desde chico se preguntó cómo esa piedra nació a la orilla de la milpa. ¿De dónde salió si en aquel terregal para donde quiera que uno viera todo era puro llano? Solo a veces algún terrón lograba hacer bulto, como si la tierra, emperrada en hacerse notar, enojada por ver a la sequedad abriendo grietas en la tierra, se apeñuscara e hiciera bulto… Ahí estaba pues, el menor de los Alcántara, piensa que piensa sentado encima del piedrón, que seguramente cayó de la luna ―a según recuerda fue lo que le dijo su tata mayor cuando ya lo tenía pendejo de tanto preguntarle sobre el origen de aquella la piedra―.
Verdad buena que esta vida no es pareja ―se decía. Y es que todavía la semana pasada le echaron en el morral un pedazo de carne seca, aparte de los tacos de frijoles y el obligado puño de chiles serranos, que junto con el guaje llenito de agua zarca eran y habían sido de por siempre el bastimento de cada día en la milpa. Pero este día no hubo de esa carne que se mastica y mastica sacando harta saliva de la boca y hasta hay que usar una espina de maguey para sacarla de entre los dientes… Yuntear, volteando la tierra por razón de que al tata grande ya le agarró el dolor de coyunturas y es bien sabido que eso significa que el agua se viene acercando. Nada más que de seguro viene arriba de las nubes, montada, trepada, jugando, bailando, haciendo lo que le da su chingada gana, menos cayendo, derramándose sobre de la sequedad. Porque del agua, ni sus luces.
Verdad buena que esta vida no es pareja. Seis años van ya bien corriditos, viendo como la hoja del arado, mucho más dura que la del machete, aún mas que el filo del hacha, va volteando la misma tierra de la vez pasada. Y hoy mismo, la que ayer estaba abajo tapándose del sol, ahora sale a darse una buena quemada. Pero nada más…, nunca llega el agua. La semilla se queda ahí como vieja sin parir, seca como mula. Y la que se asoma a la vista de los pájaros, p’os esa ya se chingó. Por más carreras que eches para espantarlos, tu coraje no le gana a su vuelo, y tirarles piedras, p’os, ¿de ‘ónde?, si por aquí solo se conoce tierra. Y así, la semilla y la esperanza se van en el pico del prieto animal.
Por ahí en donde puede, ya parado y quieto, el cuervo traga lo que tú esperabas fuera tu propio alimento. De modo que nunca llegas a ver una mata verde-verde, espigando, creciendo hasta rebasar tu estatura, regalándote elotes dulces que se comen crudos, y ya después otros cociditos y que te vienen a llenar la panza, igualito a que si hubieras comido gallina en caldo.
Verdad buena que esta vida no es pareja. Taco de frijoles, mordida de chile serrano y de vez en vez trago de agua gorda. Ni para cuándo las elotadas al pie de la milpa, brazas de puro encino. Y queso, harto queso ahí nada más estirando la mano, sal en grano y chile piquín… ―la fiesta de la pisca―. Cortar elotes, arrimar carbón, ver llegar el queso sintiendo como la boca se deshace de puras ganas…, brincar de gusto cuando algunos de los mayores se ponían a limpiar el horno para meter carbón y mas carbón, signo inequívoco de la hechura de gordas ―masa revolcada en yerba anís y endulzada con piloncillo―.
Verdad buena que esta vida no es pareja. Al menos por estos lugares. La agüita se huyó, igual la de arriba que la de abajo. El sol te quema a ti igual que a la tierra metiéndote una picazón que hasta parece que cargas chincuales… De las gallinas, ya nada más quedan las ponedoras. De los puercos, p’os nomas los chiqueros… ―ni para cuándo un jarro de leche recién ordeñada―. De animales ya nada más se tiene la yunta. Verdad buena que da coraje el ver como tragan, y uno con la lengua seca y negra ―que hasta duele―. Sabes que tu lengua poco a poco se va a air secando, hasta que un mal día te la comas al confundirla con un bocado de cecina… Verdad buena que esta vida no es pareja.





