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viernes, mayo 3, 2024

 

 

ATRACO EN TRES MINUTOS

 

(ADORACIÓN A HICHILOBOS)

 

Javier Zapata Castro

 

Me cayó el chahuistle en el páramo de la hermosa quietud por donde transito, vivo y bebo… Me sentí tembelequear al enterarme de que tenía que ir al Distrito Federal ―hoy llamado pomposamente CDMX―. La razón era obligada. Importante no. Pero sabemos que quienes tienen autoridad son los encargados de darle lustre a las instrucciones y requerimientos, lunas que sin luz propia solo pueden brillar magnificando sus pendejadas. “…Es necesario que nos veamos acá, en la ciudad de México. El asunto no se puede arreglar por estafeta o teléfono”, se puntualizó. “Lo espero tal día a tales horas”, así fue la instrucción y lo que después se dijo ya no pude registrarlo.

Sé que hablamos, pero mi gemelo ya andaba entre el smog toreando carros, húmedo de pies a cabeza por ese sudor que sale de cada poro obligadamente, pues las 27 llaves que regulan sudor y nervios huyeron de tu cuerpo. Vas a una ciudad ―la más poblada del planeta― a convivir con chilangos dedicados a cuidarse del atraco y del engaño, en tanto que otra cantidad igual deambula por la ciudad buscando a quien chingar.

La cita era para una semana después ―de haber sido de un día para el otro de seguro sobreviene el infarto―. Siete días el sueño se dio a la fuga buscando lo que no perdió. Se dormía por ahí de las cuatro o cinco en adelante. Era preciso al despertar el cambiar sábanas todos los días porque estas amanecían mojadas como pañales de bebe, y ciertamente la consolación frente al espejo: “¿De qué te preocupas si vas y vienes el mismo día? No te vas a hospedar. Todo está en llegar, ir al centro y regresar a comer a la misma central camionera… Tanto tiempo que anduviste por allá… ¿Ya no te acuerdas que viviste en Meyehualco?”

Sale pues. El portafolio y una paleta sabor 38 con 6 envolturas. Salir 12 de la noche o una de la mañana, Llegar seis o siete, desayunar, taxi y asunto en vías de arreglo. Pero la sorpresa se presento cuando al ir a comprar el boleto un día antes, resulta que hay instalado un portal detector de metales en el acceso a los andenes. Ni como pasar la paleta ― ¿escribí paleta o pistola?―. Sentí que era como ir a San Juan de los Lagos a pagar manda, caminando con bota nueva y sin calcetines. Ni modo pues. Llegado el día, a treparse al autobús, cómodo cual sillón reposet. Pero verdad buena que mi gemelo sintió como si nos hubiéramos trepado al lomo de lo que la biblia menciona como “la bestia”.

Abordar, sentarse y dormir, todo prácticamente al unísono. El desvelo de una semana y el mecimiento del autobús nos fueron despertando hasta las goteras del D.F. Ahí sentado te remueves en el asiento que aún y por más cómodo, no se parece en nada al hueco del colchón que dibuja tu cuerpo allá en tu propia cama. Corres la cortina y solo ves luces acrecentadas en su fulgor por la obscuridad de la madrugada negruzca.

Al entrar a la central camionera, apenas si habían pasado las llantas delanteras el tope, cuando las luces interiores fueron prendidas al tiempo que se dejó escuchar la sentenciosa orden: ¡Esto es un asalto cabrones! Vayan poniendo carteras, relojes y celulares a la vista ¡Los vamos a basculear! Al que se le encuentre algo escondido lo picamos. ¡Órale hijos de la…!”

Eran dos parejas las que recorrían el autobús como bailadores de ballet que no se estorbaban en sus movimientos, y otro estaba de pie junto al chofer. Uno te ponía la navaja en el cuello y el otro te amagaba con la pistola… Todo mundo entregaba la cartera, reloj y celular. De hecho, cuando llegaban a tu lugar ya tenías la entrega lista. Lo que menos quieres es tenerlos cerca… El camión avanzaba lento. Seis envolturas ― ¿escribí balas o envolturas?― hubieran bastado, ya incluyendo al chofer. En tres minutos se consumó el atraco. El autobús se estacionó en el andén correspondiente. Los cinco y el operador se bajaron como si nada pasara.

Así las cosas, no se trata de predecir o futurizar, no. Ya es un hecho que la gente prontito aplicara la justicia por su propia mano. Cada día será más visible. Es inevitable… Eso es lo que se llama “la adoración y pago en tributo al Huichilobos”. Los habitantes y concurrentes a la hoy llamada CDMX, saben que es obligado el pago, la rabia y el susto, más aún que el pago del diezmo y las primicias a la iglesia católica.

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