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MEMORIAS DEL PORVENIR

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viernes, mayo 3, 2024

 

SILENTES

 

La noche, completamente cerrada, solo permitía ver la punta de los cigarros que como luciérnagas se mostraban a cada fumada, posibilitando de esta forma el ubicar la posición de los hombres, quienes fumando aspiraban el tiempo y exhalaban la esperanza ―por cierto, las mujeres al no fumar guardando el mexicano-islámico hermetismo, les protegía de ser vistas por cualquiera―. Todo transcurría en una pequeña lancha, seguramente aburrida de solo dedicarse a cruzar el manso rio, ida y vuelta. Qué aburrido.

Pero dadas las circunstancias ―como siempre rectoras de todo― más parecieron las “20,000 leguas de viaje submarino”. En el simple acto de cruzar en chalán un pequeño río de conducta adormecida ―como la de los jóvenes estudiantes de estos tiempos y los mismos sindicatos de quienes se ha sabido hasta pagan por no hablar…, que hasta parecen monjes cartujos en donde el silencio se considera fundamental―.

Andar de mochilero el siglo pasado y llegar de noche a un pueblo sin más luz que la permitida por alguna vela, obligaba necesariamente a buscar cualquier sitio ―ya fuera banqueta, billar, iglesia o carro abandonado―, no con el fin de descansar, ¡po’s de qué chinga’os! Aquello se hacía con el objeto de guarecerse, esperando la amanecida. Luz que permite ver la cara de la gente, sus gestos y modo de caminar, para después seguir adelante buscando aquello que no has perdido.

Ciertamente que por las noches las cosas se confunden. Pero en los pueblos, la confusión es mágica y naturalmente causa miedo. De ahí que los pobladores de las comunidades, en cuanto obscurece, solo contestan al saludo del fuereño con la terminación “…nocheeeeeees”. Pero nada de pararse y estrechar la mano, o señalar algún rumbo y, menos, ofrecer el cobijo de su hogar a quien solo ven como un bulto oscuro que obligadamente presagia daño… Si te encuentras con una familia, Los niños se pegan a las enaguas de la mama. La mujer jala del rebozo y con la otra mano o la misma boca, ajusta el suéter a su cara. La mano del hombre está en la cintura, mojando la cacha de su arma.

De ahí que la forma de actuar cuando se llega a un pueblo por la noche ―al andar de vago, mochila al hombro y sin reloj―, sea la de buscar refugio y estarse quieto hasta ya entrada la mañana, respetando los tiempos y el silencio de su gente, quienes como fantasmas se desplazan en la obscuridad ―silentes―, sabiendo por ley no escrita la inconveniencia de contestar a pregunta alguna que venga de la noche. Obstinado silencio, hijo de la desconfianza, la duda y el temor… ¿Será voz de vivo o de muerto? ¿Alguna anima necesitada? O tal vez hasta el mismo mal quien, por costumbre, todo lo voltea al revés.

En aquella ocasión el aventón me había dejado en medio de la nada. Las gentes que me hacían compañía, al parar la camioneta, bajaron enfilando sus pasos con determinación a donde solo ellos y Dios sabían. Pero andando de pata de perro no hay rumbo, se va para donde el viento sopla…, aun y que de pronto no sopla, quedando uno varado en donde menos se imagina. Ahí estaba yo, envuelto por la noche, el llanto de niños y el ladrido de perros… Así las cosas, hay que buscar la orilla de algo para sentarse, orilla de camino, carretera, banqueta o lo que sea. Todo es porque ha llegado la hora de fumarse un cigarro, esperando ver qué es lo que sigue.

Ahí pues, a medio sentar y recargado en la mochila, un chamaquito, seguramente atraído por la brasa del cigarro o tal vez por ser alumno de algún gato, se vino a sentar frente a mí y sin más trámite preguntó: “¿Qué estás haciendo?, ¿a quién estas esperando…?”

En la corta plática dijo que el río estaba más abajo y que el chalán no tardaba en cruzar… Todo cambió al enterarme de que había un río y gente esperando para ser llevada al otro lado. En fin, la posibilidad de continuar estaba ahí. Platicadita por un niño quien poseía visión nocturna y que seguramente tenía ojos de color verde… El niño-gato se transformó en guía y me acercó al murmullo del agua, voz de río, ondinas invitando a cabalgar para ver que hay más adelante.

A mitad de la noche, en medio de la nada y con un lanchón lleno de gente silenciosa, solo queda dar las buenas noches y ofrecer cigarros. No hay, pues, otra forma de comunicar la propia presencia… Ya presentado puedes dedicarte a escuchar el grito del agua en su propio idioma, extraño lenguaje al que solo después de muchos años comprendes.

Cruzandito, las gentes, como subieron bajaron: silentes, ofendidos por la presencia de un extraño en el devenir de su propia vida nocturna… Otra cosa es a luz de día. Sobra quien te ofrezca un taco, un jarro con agua y la sombra de su patio. Ciertamente que en el sureste de nuestra república, la gente es cordialmente hermosa…, pero ancestralmente saben que por la noche no deben hablar con fuereños, porque les pueden robar el alma.

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