EFE.- A pesar de que su pontificado fue determinante para la Iglesia, Benedicto XVI, el papa teólogo fallecido hoy a los 95 años, pasará a la historia como el pontífice que renunció, lo que no ocurría desde Celestino V en 1294. Y en los casi diez años transcurridos desde entonces, la gran pregunta ha sido qué le empujó a hacerlo.
El propio Josep Ratzinger ( Marktl, Alemania, 1927) resumió sus ocho años de pontificado tras su renuncia: “Hubo días de sol y ligera brisa, pero también otros en los que las aguas bajaban agitadas, el viento soplaba en contra, y Dios parecía dormido”, dijo, en alusión a los “cuervos” que remaron en su contra dentro de la Iglesia.
Benedicto XVI prometió estar “oculto ante el mundo” en el retiro que se impuso tras su renuncia en 2013, pero su silencio roto causó algunos problemas en la inédita convivencia entre los dos papas.
El papa Benedicto XVI, conservador, guardián de la ortodoxia católica, eurocéntrico y álgido teólogo, se presentó el 19 de marzo de 2005, tras el primer cónclave del siglo XXI, como “un simple y humilde trabajador de la viña del Señor”.
Nacido en el seno de una modesta familia bávara, Ratzinger formó parte a los 14 años de las Juventudes Hitlerianas, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando la participación era obligatoria, aunque sus padres, un policía y una cocinera, siempre se opusieron al nazismo.
Tras estudiar Filosofía y Teología, fue ordenado sacerdote en 1951, antes de convertirse en catedrático de Dogma y ofrecer una contribución como experto en el Concilio Vaticano II (1962-1965) que le hizo destacar.
Elegido papa a punto de cumplir 78 años, sobre sus hombros no sólo tuvo que soportar el peso de la Iglesia, sino sustituir al emblemático Juan Pablo II, que gobernó la Iglesia 27 años y del que fue su mano derecha como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el ex Santo Oficio, durante 24, lo que le creó una imagen regia y conservadora.
Pero su faceta de hombre humilde y disponible, llegó ya en la primera homilía de su pontificado: “Mi programa de gobierno es no hacer mi voluntad y seguir mis propias ideas, sino ponerme junto con toda la Iglesia a escuchar la palabra y la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él”.
Su papado estuvo, sobre todo, salpicado por el escándalo de los abusos contra menores cometidos por sacerdotes en diferentes países: se le acusó de haber sido “blando”, como en el caso de Bernard Law, a quien mantuvo en su puesto de arcipreste de Santa María La Mayor en Roma a pesar de haber sido señalado como encubridor de decenas de casos de curas pederastas cuando era arzobispo de Boston, en Estados Unidos.
Pero sus más estrechos colaboradores y el mismo papa Francisco han reiterado que Ratzinger “siempre ha sido una guía contra la cultura del silencio en la Iglesia para esconder los casos de curas pederastas” y fue él quien castigó al fundador de la poderosa congregación Legionarios de Cristo, el mexicano Marcial Maciel.
Benedicto, que pidió perdón a las víctimas de esos abusos y fue el primer papa que se reunió con ellas durante su viaje a Estados Unidos en 2008, fue acusado directamente al final de su vida de haber estado al corriente de cuatro casos de curas pederastas cuando era arzobispo de Munich (1977-1982).
Fue entonces cuando, en una histórica carta, expresó su “profunda vergüenza, gran dolor y sincera petición de perdón”, por los errores que pudo cometer, aunque negó totalmente estas acusaciones.
Ademas, fue un papa rodeado de “cuervos”, como demostró la filtración de documentos, conocida como Vatileaks, de su mayordomo, Paolo Gabriele, al que seguramente manipularon desde el interior de la Santa Sede.
Aunque aseguró siempre que renunció porque le fallaban las fuerzas, el caso Vatileaks fue seguramente un eslabón más en la cadena que arrastraba, así como la imposibilidad de cambiar el poder de la Secretaria de Estado, donde anidaban “los cuervos”, como los definieron los medios italianos, además de las malas prácticas del banco vaticano y las finanzas internas, con las que nunca pudo acabar a pesar de sus intentos.
Una de sus mayores polémicas estalló tras un discurso en el que citó al emperador bizantino Manuel II, que tildaba de “malo e inhumano” el legado de Mahoma y “la difusión de la fe con la espada”.
Sus palabras suscitaron fuertes tensiones, aunque el papa precisó que se trataba sólo de una referencia histórica y reconoció que comprendía la indignación causada en el mundo islámico.
Tras la renuncia, Benedicto XVI se refugió en el monasterio Mater Ecclesiae, donde vivió casi dos décadas de retiro dentro de los jardines del Vaticano.
A pesar de su anuncio de permanecer “oculto al mundo”, hubo momentos de convivencia entre ambos pontífices como su histórica aparición juntos en Castelgandolfo, su presencia en algunas ceremonias oficiadas por Francisco y fotos e imágenes de las numerosas visitas que ha recibido en esos años.
Y con el paso del tiempo, la presencia de Benedicto XVI se hizo más presente, lo que, para muchos, se trató de una manipulación del sector más conservador para usar al papa emérito contra Francisco.