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UN YAQUI BRONCO

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viernes, marzo 29, 2024

Javier Zapata Castro

Cañones, hondonadas y precipicios. Pareciera que fueron seleccionados en el reparto de cuando la creación, con el fin específico de enclavarlos en una pequeña área de lo que sería el estado de Sonora. Y ahí mismo, permitiendo ver como un pequeño lunar, alguna cabra cimarrona que se deja ver muy a la lejanía mediante el uso de binoculares, cabrita cabrona hermosamente solitaria, allá, en lo que es lejanía inalcanzable

En las pequeñas planicies que se dan a intervalos, encuentras como siempre y sin poder faltar. La iglesia católica eregida exacta y justamente frente al palacio de gobierno. Modelo de construcción que se repite a lo ancho y largo de la República. Y nada tiene de raro. Finalmente fue así como arribaron por estos lares aquellos conquistadores –espada y caballo, sotana y rosario- siendo así como construyeron, uno frente del otro. Tal vez y para mejor observarse y cuidarse las manos, de parte y parte.

Ahí mismo se puede ver, arremolinados en pequeños grupos a esos hombres, mujeres y niños, vestidos de manta trigueña con chispas de múltiples colores. Estambre tejidos en la ropa y trenzados para detener el cabello a quien el viento se empeña en sacudir. Colores que también pareciera – cuando el reparto al mero principio de los tiempos- fueron por alguien escogidos para distinguir a los yaquis aun y parados a un lado del arcoíris.

Medio muertos de hambre, mansos de espíritu, esperan día tras día la ayuda de la despensa. Caja que contiene harina de maíz, aceite, azúcar, galletas. En fin. La dadiva, que no proviene tanto del gobierno, sino de grupos pertenecientes a la sociedad civil. Algunos visiblemente religiosos y como siempre, los gringos haciendo presencia con jóvenes rubios y pecosos pero sobretodo sonrientes, felices como si estuvieran sacando almas del purgatorio…güeros que hacen recordar el poema aquel que dice. “hombres de cabellera rubia y epidermis blanca….que comparas tu raza de mercaderes a mi sangre de dioses que es sagrada” y solo te quedas musitando el poema porque como duele, carajo, que gente de fuera nos venga a matar el hambre.

Dicen alguno de los avecindados en el norte de la republica “qué bueno que son pacíficos estos yaquis, que tal y salieran como la etnias del sureste”. Aun y que es obvio el que las condiciones y cultura son diferentes. Cierto es también el que todo tiene límite, y por los caminos del norte el hambre cabalga cual jinete apocalíptico, haciéndose acompañar de un viento que pareciera que la ventisca no es otra cosa que puñales helados atravesando la carne Yaqui.

Hace muchos años, cuando todavía no existían las calculadoras, fax, teléfonos celulares. Tiempos en donde la regla de cálculo era quien mandaba y las computadoras solo existían en la mente de alguien seguramente señalado como loco. En aquellos ayeres tuvimos la oportunidad de conocer a quien se llamaba “primitivo el otro” este joven Yaqui era gemelo de quien solamente nombraban “primitivo” unos minutos de adelanto en el nacimiento le daba el mayorazgo para solo ser nombrado así, lo del “otro” se quedó para el que llego después

Por los caminos del norte, en el inicio de un sendero perpendicular, con destino a un aserradero que pareciere se encontraba en los confines del mundo Yaqui. Un joven ingeniero tuvo a bien darnos un aventón, iba a l aserradero en un pequeño jeep. Seguramente quiso acompañarse en aquellas soledades de lejanos cielos y profundos barrancos. Platicaba que estaba en el trabajo de ensanchar el camino, una llanta al aire con los camiones cargados de madera traducía desbarrancarse hasta el fondo, sin posibilidad de rescatar nada

Así pues, sería por la distracción de la plática o lo empinado del camino, el hecho es que de plena bajada, sin oportunidad de frenar, una tremenda marrana se atravesó al paso del jeep

El golpe fue en los cuartos traseros del animal y con la parte izquierda de la defensa. Vehículo y chofer continuaron un tramo algo descontrolados, pero las cuatro llantas trabajando, equilibraron el vehículo. Resoplar, acomodarse en el asiento y continuar… En silencio, bajando, bajando. Después de algunos diez minutos, en una curva amplia, en medio del camino, cruzado de brazos, piernas abiertas, calzón taparrabo, descalzo, el machete enfundado colgando de su hombro. Estaba quien después supe nombraban “Primitivo el otro”

Es el único Yaqui peleonero que he conocido. El joven ingeniero fue frenando poco a poco, el Yaqui, de pie, como si estuviera enraizado -son de poco hablar- tenia la mano en la empuñadura del machete. Extendió el brazo y antes de que el chofer bajara, le dijo secamente, “tu pagar puerca, o tu chingar tu madre”

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