DE FONDO
Fernando Díaz de León Cardona
Con la nueva política del gobierno federal, de aprehender al mayor número de integrantes del crimen organizado, hoy llamados grupos terroristas por los Estados Unidos de Norteamérica, seguramente no habrá cárceles suficientes que les den cabida, es más, sabrá Dios si exista quien cierre la puerta.
Y es que no se trata de llenar las cárceles de presuntos delincuentes, sino que ha llegado la hora de diseñar un sistema penitenciario que se convierta en un verdadero modelo de reinserción social en el que los presos de más baja peligrosidad se conviertan en entes con mayores capacidades y sujetos a ingresar a un esquema de productividad y autoconsumo.
No se que ocurra en otros estados, pero aquí en San Luis Potosí, el Sistema Penitenciario, ahora dependiente de la Secretaría de Seguridad Pública, continúa siendo un total fracaso. Todo se traduce en negocio.
Desde la comida de los reos, hasta los uniformes que utilizan, los celulares, los estupefacientes y las armas blancas o de fuego que logran ingresar.
Nunca nadie ha planteado la necesidad de convertir al CEPRERESO potosino en un centro penitenciario de productividad de autoconsumo y de verdadera reinserción social. En el interior del estado menos.
Ahí todo es negocio y solo existen reunioncitas de orientación, tallercitos de carpintería artesanal, pintura, herrería o alguno que otro que solo permiten que a veces el privado de su libertad logre algunos centavitos para él o su familia. De la corrupción, redes de complicidad existentes, ni hablar.
Viene el tema, porque en el país más pequeño en territorio y población de América Latina que es el Salvador, el presidente Nayib Bukele ha implementado medidas dignas de reproducir en otros países como México.
Allá, el mandatario ha logrado en un tiempo relativamente corto disminuir la criminalidad y convertir a sus centros penitenciarios en un modelo de reinserción laboral y centros de productividad y autoconsumo.
En El Salvador, los reos de menor peligrosidad pasaron de ser delincuentes a hombres y mujeres productivas. Purgan sus condenas, sí, pero trabajando, produciendo algo que evite un costo estratosférico o se conviertan en una carga o pesadilla para el erario de aquel país.
Con esto, El Salvador es autosuficientes en sus Centros Penitenciarios, y no solo eso, el modelo instaurado por el presidente Bukele le permite ingresos extraordinarios contabilizados en millones de dólares.
Allá en Centroamérica, en El Salvador concretamente, los presos confeccionan y elaboran los uniformes para los militares, los policías, para los bomberos, médicos y enfermeras y para los miles de niños y jóvenes insertados en el sector público y privado.
Lo mismo fabrican por mes 150 mil pares de calzado que la fabricación de sillas y mesabancos escolares.
Los privados de su libertad reconstruyen viviendas, pintan, rotulan y reparan vehículos oficiales, carros y motocicletas de la policía. Mejoran las viviendas, fabrican y reparan equipos electrodomésticos y producen luminarias para el sector público y privado.
Con este trabajo, el gobierno Salvadoreño recibe millones de dólares y los reinvierte en los propios Modelos de Reinserción Social.
En el tema del autoconsumo, las y los internos producen en terrenos fértiles frutales y hortalizas, se dedican al cuidado de pollos, cerdos y gallinas para el consumo de carne y la producción de miles de huevos; alimentos que son utilizados en los Centros de Readaptación Social.
Aquí en México, que esperanza que exista algo similar, en San Luis Potosí menos, “Juris Tantum”
Hasta pronto