17.2 C
San Luis Potosí
spot_img

Vivir es amar, vivir es a ratos escribir

spot_img

Entérate

Últimas Noticias

miércoles, abril 24, 2024

Viviendo, observando de cerca y de lejos la sin igual aventura de nuestro hermano el hombre en su diario vivir, muy parecido al nuestro propio, finalmente llega la razón para escribir, ya sea con el tradicional lápiz o bien con una diabólica laptop ―tal vez de la misma forma que el costillar de rocinante motivo al de “la triste figura”―.

De pronto empiezan a llegar imágenes que, usando de las letras, logran dar vida, lo mismo al hombre de campo que al camposanto, al campanario, al campanero. Llega a mi memoria la imagen del ferrocarrilero apodado “el campamochas” y también la de aquel famoso centro nocturno llamado “El Campoamor”.

Imágenes que usando de las letras logran dar profundidad a la arruga del rostro viejo, tristeza de eclipse al camposanto, altura y sonoridad al campanario, y patas chuecas, ojo visco y poco pelo al campanero, por cierto, casi igual de malhecho que el ferrocarrilero “campamochas” a quien por mugroso las muchachas del “Campoamor” siempre querían cobrarle el doble que a los demás.

Escribir, pues, porque de otra forma los dientes se multiplican y las encías, paladar y lengua se llenan de ellos, aun y que por sabiduría genética crecen pequeños con el fin de no interrumpir el flujo de la garganta. Quien, por cierto, dice cosas diferentes a las que la cabeza piensa, para finalmente escribir ―casi siempre― algo sin parecido alguno a lo hablado y pensado. Una cosa se piensa, otra se dice y otra muy diferente es la que se escribe.

De manera tal que: Erase que se era un muchacho flaco y por obligación moreno, quien de cuatro pasos recorría el camino del cuarto a la cocina para embarrar la tortilla en el molcajete, en donde la sal en grano y el chile serrano le daba fuerza para vivir y, a la par, regalaban pensamientos que se repetían ―buscando por donde colársele a la vida―. Porque tener 14 años de edad pueden ser pocos cuando eres mujer o el más chico de la familia, pero son muchos cuando ellos te señalan como el mayor de la casa. Aún más cuando no paras de escuchar la diferencia de valor entre un dólar y un peso.

A veces es triste escribir de alguien como Landeros, quien desde que tiene recuerdo trabajó en cuclillas o empinado en la pisca de jitomate, chile o flor de cempaxúchitl, en esos campos guanajuatenses en donde es común ver piscadores de cuatro, cinco o seis años. Pero Joaquín Landeros a los 14 años se fue para “el otro lado” y ya no trabajó empinado o acuclillado, no. Subió a las alturas de una escalera en el corte de naranja. Se sentía bien.

―Mire amigo ―dijo aquel hombre―, ya no andaba como culebra a ras de suelo. Ya andaba en las alturas de una escalera de puritito fierro.

>El trato con el coyote fue pagarle en abonos, y así se hizo. Y ahora aquí estoy, envejeciendo y engordando en la tienda que puse en donde mi papá dijo que habíamos nacido…<<

Escribir de pronto no lo que piensas, no. Como es el caso, escribes solamente lo que te platica un señor tendero en un pueblo de Guanajuato.

 

Javier Zapata Castro

spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
%d bloggers like this: