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SENSORES QUE VAN Y OTROS VIENEN

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jueves, abril 18, 2024

 

Por Raúl Ruiz

Hoy desperté hipersensible.

Pero ojo, cuando escuchamos la palabra hipersensible, de inmediato nos impulsa el pensamiento hacia una percepción en la que el individuo podría estar sentimentalmente vulnerable, mas no es así.

En el caso de hoy, me refiero literalmente a una magnificación de los sentidos.

Desperté porque pasó la mosca.

Bueno, no porque pasó, sino porque la mosca, se posó sobre mi hombro desnudo, y sentí una aguda y desagradable sensación .

No sé ustedes cómo hayan sentido alguna vez a una mosca cuando se posa sobre su piel, pero hoy sentí los tres pares de patas de este monstruo, sobre mi hombro, y pude percibir, como sus poderosos músculos absorbían mi sabroso y nutriente sazón epidérmico.

Recordemos que en estos dípteros, su sentido del gusto reside en las patas.

Lo mismo pasó con el olfato, pude apreciar en una fracción de segundos, los diversos aromas que flotaban por la casa.

El humor de la cama, el desodorante del baño, los vapores del ajo y la cebolla que habían quedado destapados en la cocina. Y muy profusamente el aroma del café que se alquitaraba en la cafetera.

¡No sólo eso! Podía escuchar la gota que caía al vaso de la cafetera.

La gota del grifo mal cerrado del lavamanos. El perro que ladraba a dos cuadras. Los jadeos de los vecinos que se entregaban al placer corporal, bendito encierro de la pandemia.

Se habían magnificado mis sentidos.

Mientras descubría estas nuevas sensaciones, en Querétaro, a 1,603 kilómetros de distancia desde Ciudad Juárez, mi hermano Sergio, sufría lo contrario.

Tuvieron que moverlo para despertarlo, pues no había escuchado la estruendosa alarma/despertador.

Entró a la ducha y no sentía la refrescante sensación del agua.

Como si una capa insensible hubiera cubierto su piel.

Tomó el desayuno y dijo: «qué insípido quedó este alimento. El café frío, los huevos a la mexicana sin sabor». Estaba perdiendo el sentido del gusto.

Ofelia, nuestra hermana y Charly, su marido, se miraban atónitos.

Sergio, toda la vida ha sido de pocas palabras. Los hermanos sabíamos que sólo abría la boca para emitir un sarcasmo; herencia de nuestro padre, que en gloria esté.

– Estoy perdiendo los sentidos! Expresó. ¿Será que me atrapó el Covid19?

– Menos mal que no has perdido el sentido del humor, hermano. Comentó Ofelia. Quien también tiene su parte de la herencia paterna.

Pero el rostro de Sergio se encontraba ya verdaderamente descompuesto. Preocupante.

Estaba dejando de sentir. Y la angustia parecía estar cobrando presencia en su interior.

La psicosis de pronto se volvió colectiva.

Los vecinos salían a preguntar cómo se sentía el de al lado.

Las dos sensaciones inversas ocurrían aquí, allá y acullá.

De pronto me sentí atrapado en uno de los relatos macabros de Antonio Flores Schroeder.

¿Cuál será el final de está pesadilla?

¿Profundizar en el psicoanálisis social?

¿Terapia colectiva?

Sólo la literatura podrá salvarnos.

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