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MEMORIAS DEL PORVENIR

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viernes, abril 19, 2024

 

EL MACHO SE FUE P´AL GABACHO

La doña es una persona bien plantada. Se llama Martina y es una mujer de trabajo. Comercia con ropa que compra a los que la adquieren de pacas. Ella es mini-menudista; revende la ropa en donde se puede… Su actitud y rostro muestran esa rudeza que obligadamente va formando costra en la persona, golpe tras golpe, necesidad tras necesidad, problema tras problema, porque mal se remedia uno cuando ya el otro hace presencia… Por ahí a su alrededor se le cuentan tres hijos entre seis y doce años.

La comida, la escuela y la renta son los tres diablos mayores que cada día están sobre de ella, como una maldita maldición hecha malditamente… Martina dice que desde que estaba con ella su viejo, el señor Tlacuache, el papa de sus hijos, como pudieron se hicieron de un terrenito, aún y que algunos vecinos ―que alguna vez saben más de uno que uno mismo― dicen que quien lo compró fue el hijo mayor. ¡Vaya usted a saber! El mencionado terreno media 8 por 20 metros, y era costumbre que cada dos o tres semanas fueran a verlo, como si fuera un enfermo en un hospital o un interno en algún penal.

Ahí lo encontraban, sin envejecer, solo esperando a ver qué harían en él. Estas visitas servían para darse ánimos: “Mira viejo, caben muy bien tres cuartos, la sala, el comedor, la cocina y el baño, y un patiecito para tender la ropa… Es como si ya fuera nuestro. Lo estamos pagando y podemos empezar a construir…” El hombre escuchaba, pensaba lo elemental: “¿Con qué ojos? ¿De dónde saco la plata para comprar el material y pagar albañiles? No queda otra que irme para Estados Unidos. Por más mal que me vaya, en dos años juntaré para construir”, se decía, o al menos, ponía la expresión como si eso pensara.
Finalmente, entre amigos y parientes le prestaron para pagar al coyote, y se fue… Un año estuvo mandando lo propio para tortillas, cuadernos y renta, peso sobre peso hasta llegar a mil.

Pero Sodoma y Gomorra le vienen guangas a Estados Unidos. Ya vas picado de alacrán por razón que desde aquí te tomabas tus tequilas, de forma que es fácil seguir y acrecentar la tomadera de forma tal que, solo y sin gobierno alguno, no tardes en ser ascendido y capacitado para el uso de la yerba. Pero como la mariguana te trae medio menso y con mucha hambre, fácilmente te pasas a la coca sin cola, misma que se ofrece al inmigrante mexicano como si fuera una mujer completamente borracha ―es decir, sin ningún tipo de condición―.

Así le paso al hombre de Martina. En un año la tomada, fumada, aspirada y sexo le hicieron olvidarse de la familia. Dicen los díceres que se amarchanto con una sudamericana que le dice “rana” y el salta.

El hijo mayor creció, y como “hijo de gato caza ratón”, siguió los pasos del señor Tlacuache, mismamente como una copia Xerox. Juró y perjuró, en el mismo templo, que mandaría los dólares para sustentar a la familia ―de la que era parte―, e insistentemente le recomendaba a su mamá el que hiciera un guardadito para levantar la tan esperada casa.

Dicho está, un tiempecito mandó dólares para la sopa, los lápices y la renta, y hasta mandaba decir que una parte era para “levantar la casa”. Por estas fechas debe de andar en los 27 años. Llegan rumores de que se casa, de que no se casa pero ya la novia está esperando baby… Ropa, renta, alimentos, bebida, novia, baby en arribo…, en fin, todo para aterrizar en la cruel realidad de que no hay más dólares para enviar.

Doña Martina solo y exclusivamente depende del acostarse muy noche y levantarse muy temprano para poder sobrevivir ella y los chiquillos que le acompañan. La renta es una esclavitud en donde todos los días se echa el dinero en un hoyo sin fondo. Por esta razón, doña Martina habló con un ma’istro de obra, para que, en su terrenito, le hiciera un cuarto, un baño y la cocina…

Todo parecía caminar, pero a media obra hizo presencia la inspección municipal. Pararon todo y le hicieron cuentas a la doña sobre de una cantidad de 27 mil pesos más multas… Cuando doña Martina escuchó las cantidades, solo volteó a ver los cuatro puntos cardinales, movió la cabeza y dijo: “Se chingó el asunto”, y agregó: “Y ni como meterme a vivir; no han echado la losa”.

El ma’istro que traía el trabajo la animó diciéndole:
―Hable con el presidente Gallardo. Entre semana va a las colonias. Total, nada pierde.

Ahorita hasta yo me quedo sin trabajo”.

―Esos políticos no hacen caso.

―Vaya, quién quita…
Y dona Martina fue. Dice la doña:

― ¿Qué cree? ¡Es un hombre bien sencillo!… Ya que le expliqué, me dijo: “Te damos tres meses para que pagues. ¿Cómo ves?” “Nooooo”, le contesté, “¿y de dónde junto tanto dinero?” Se me quedó viendo y yo pensé que me iba a mandar sacar. Pero no, me dijo igual de suavecito: “¿Qué calle dices que es?” “La Felipe Ángeles, en la colonia División del Norte”, contesté. “Está bien”, dijo, “tienes un año para pagar, y el permiso se baja a la mitad ¿Te parece…?” No pude contestar. Dios bendiga a este hombre.

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